Sobre el rastro de un tesoro ancestral en Perú

Está allá abajo en alguna parte. El tesoro. Al menos lo estaba. Hace casi treinta años. Mirando el Valle Sagrado del Perú, Daniel Debouck revisa su mapa. El mismo de antes, preservado impecablemente.

Por Neil Palmer

 

Pero Daniel no es un cazador de tesoros común y corriente. Lo que busca es algo más antiguo que los incas y potencialmente más valioso que toda la plata y el oro que esta milenaria civilización pudo tener.

Y si lo encuentra, sencillamente será para mirarlo.

Por unos minutos.

Y luego se irá.

Poco a poco descendemos hasta el fondo del valle y pasamos por los pequeños pueblos de Pisac y Lamay. Daniel registra el costado del camino, tomando lecturas meticulosas del odómetro del carro. Evitando sitios cercanos declarados Patrimonio Mundial de la UNESCO para examinar tierras baldías, nuestro conductor claramente piensa que no estamos en nuestros cabales.

En una orilla insulsa del camino, Daniel pide amablemente que nos estacionemos y se pone sus botas de montaña.

Y sale. Maleta en mano; con pasos largos y firmes con los que procuro mantener el ritmo; pausas breves para analizar el costado del camino antes de seguir la marcha. A la gente que pasa en carro por nuestro lado, les debe parecer un viajero en el camino buscando sus llaves perdidas.

Cien metros después y sin suerte alguna, empiezo a consolarme a mí mismo: han sido casi tres décadas. Cualquier cosa pudo haber pasado. La historia será que no encontramos en lo absoluto ningún tesoro.

De repente, Daniel se detiene.

Con su dedo, señala un enredo impenetrable de arbustos que parecen casi marchitos.

Mientras lo alcanzo, voltea y me dice con ojos llenos de emoción: “G40725. Todavía está aquí”.

Es un código que significa fríjol. Un fríjol silvestre, indómito. Uno que contiene secretos.

Inútilmente busco en el matorral. Después de unos cuantos años en el CIAT, he visto una buena cantidad de fríjol. Pero incluso con este fríjol realmente especial en frente de mí, no logro verlo. Daniel guía mis ojos, y finalmente, allí está: Phaseolus augusti, un primo ancestral y rústico del conocido fríjol lima.

Los arbustos no están para nada muertos, Daniel explica que las vainas ya se han abierto todas, dejando sus envoltorios secos y retorcidos colgando de sus ramas. Fugazmente viene a mi mente El proyecto de la bruja de Blair.

¿Eso era, una desaliñada mata de fríjol? ¿Ese es el tesoro?

Lo sé; les debo una explicación. Así que aquí va.

Había una vez una planta. Estamos hablando de hace cerca de 8 millones de años, en lo que hoy conocemos como México. Este “protofríjol” – extinto ya hace mucho tiempo – es el primer ancestro de los fríjoles que, hoy por hoy, alimentan a 400 millones de personas. Sí, los mismos que los británicos ponen en las tostadas y que los mexicanos refritan ellos mismos para su consumo.

Hace 5 millones de años, el protofríjol ya había generado varias progenies genéticamente distintas. Respondiendo a las variaciones naturales del clima, algunas de estas nuevas plantas empezaron a propagarse hacia el sur, al ritmo terriblemente lento de casi cinco metros por año – el resultado de la caída y recrecimiento de las semillas, caída y recrecimiento. Poco a poco se fueron adaptando a los entornos por los que se propagaban.

Durante el transcurso de unos cuantos millones de años más, este recorrido a paso lento hacia el sur los llevó a recorrer Centroamérica y llegaron a muchas partes de Suramérica, incluidos los Andes peruanos. Daniel incluso puede señalar la dirección desde la cual se escabulleron hacia el Valle Sagrado (noroeste).

Pasando rápidamente hasta hace unos 15.000 años – los expertos difieren en el momento exacto – los primeros recolectores-cazadores llegaron a los Andes. Se toparon con varias clases de fríjol silvestre mientras buscaban alimento. Sin embargo, estas semillas eran pequeñas, de sabor amargo y – el verdadero factor decisivo – venenosas. Es por eso que incluso hoy los fríjoles se deben remojar y cocinar para su consumo.

Pero lo que pasó posteriormente cambió el curso de la historia agrícola y culinaria. Los recolectores-cazadores posiblemente vieron a los pájaros alimentarse de las vainas jóvenes, verdes de un fríjol en particular – P. vulgaris, o fríjol silvestre común. Al ver que no graznaban de agonía ni se caían del cielo, los recolectores-cazadores asumieron – dice la teoría – que probablemente era seguro comer los fríjoles inmaduros. Algún alma valiente debe haber sido el conejillo de indias.

Cuando vieron que sobrevivió, arrancaron algunos de los fríjoles de su entorno natural y empezaron a cultivarlos – un proceso conocido como domesticación. Las investigaciones de Daniel sugieren que para el fríjol común, esto sucedió hace alrededor de 6–7.000 años en la región de Apurímac del Perú, no muy lejos de donde estamos en la región de Cusco.*

Con el tiempo, estos primeros agricultores notaron que algunas de las plantas domesticadas producían semillas más grandes que otras. Siendo más fáciles de cosechar y que se consumían con mayor gusto, descartaron las plantas de semillas más pequeñas y las cambiaron por las de semillas más grandes. Durante siglos, los fríjoles domesticados se triplicaron en tamaño; remojar y cocinar se convirtió en la norma, y se volvieron un alimento de primera necesidad.

El fríjol común que alguna vez fue silvestre había sido domado.

Pasando rápido al presente, vemos que la actividad humana ha devorado muchos de los hábitats de los fríjoles silvestres. Pero bueno, en todo caso, eran pequeños y venenosos. Qué alivio.

Afortunadamente, allí no termina la historia.

Esto debido a que todavía existen pequeñas zonas en donde sobreviven los fríjoles silvestres. Estos nichos ecológicos se las han arreglado para bien sea repeler, escapar o adaptarse a las fuerzas de la modernidad. A menudo son modestas tierras baldías, y los fríjoles son poco más que maleza. Plantas que simplemente yacen allí y parecen inertes.

Magnífico. ¿Pero y el tesoro?

Bien, el hecho de que los fríjoles salvajes hayan sobrevivido tanto tiempo significa que probablemente tienen alguna clase de ventaja evolutiva. Y aquí, en los alrededores de Lamay, una fortaleza particular es clara: a 2.940 metros sobre el nivel del mar, la altura es considerable. Y altura significa frío. Actualmente, los fríjoles cultivados pueden difícilmente sobrevivir por encima de los 2.000 metros.

De manera que este fríjol silvestre en particular en frente nuestro – sí, esta cosa que parece muerta confundida entre otras cosas que también parecen muertas – está realmente justo en la frontera evolutiva de la tolerancia al frío. Si usted es un fitomejorador al que le preocupa desarrollar mejores fríjoles para los pequeños agricultores en todo el mundo, esto es tanto como descubrir oro.

Y esta es la razón: si usted cruza fríjoles silvestres tolerantes al frío con tipos de semilla grande y alto rendimiento, podría producir fríjoles para los agricultores en climas más fríos. O unos que puedan crecer en diferentes épocas del año. Para un cultivo que ya es la fuente más importante de proteína vegetal de la humanidad, esto constituye un prospecto prometedor.

Significa además que un fríjol así realmente debería ser conservado en un banco de germoplasma en alguna parte. Y afortunadamente, lo es. El fríjol silvestre G40725 fue colectado en 1987 sobre la misma orilla del camino, por el mismo Daniel Debouck. Las cosas eran bastante diferentes en ese entonces. Él me cuenta que en cierto momento estaba en busca de fríjoles en el fondo del valle mientras que tropas del gobierno, por encima de él, intercambiaban disparos con rebeldes del Sendero Luminoso.

Decididos, él y su colega peruano llevaron muestras de las plantas a la Universidad Nacional de San Marcos en Lima y depositaron las semillas en el banco de germoplasma de la Universidad Nacional Agraria La Molina, también en Lima. Según un convenio entre el CIAT y el Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA) del Perú, duplicados de las semillas fueron conservadas en el banco del CIAT en Colombia, en donde Daniel continúa trabajando. En 1988, Daniel regresó, en busca de más fríjoles silvestres.

Volver a andar sus pasos hoy – en un Perú mucho más pacífico – es una expedición para ver cuán resiliente puede ser o simplemente con cuánta suerte puede correr un nicho ecológico. En tres décadas pueden pasar muchas cosas: un incendio incontrolado podría arrasarlo; plantas invasivas podrían ahogarlo; el hombre podría construir allí una barra de hamburguesas. Recuerden la canción “Big Yellow Taxi” de Joni Mitchell.

Y esto es más que un riesgo hipotético. Daniel ha colectado fríjoles silvestres en partes de México que ahora son zonas urbanas; los viajes evolutivos y todos los misterios genéticos de estos fríjoles ahogados en asfalto y alquitrán. Afortunadamente, esas semillas están conservadas de forma segura en el banco de germoplasma del CIAT. Otras no tuvieron tanta suerte.

¿Así que por qué este nicho en particular en Perú ha sobrevivido? Daniel nota que es poco probable que la zona rocosa se pueda usar para construcción o agricultura. La ausencia de cabras que acaben con la vegetación también es una bendición. Le complace concluir que el nicho es estable.

Le pregunto cómo sabe en dónde buscar estos pequeños recovecos de deleite leguminoso.

“Ese es mi truco”, responde con una sonrisa.

Pero a medida que empezamos a buscar el fríjol silvestre número dos, se hace claro que él, de hecho, tiene varios trucos.

Daniel puede leer los paisajes, percibiendo señales de la naturaleza. La presencia de ciertos arbustos; el tipo de suelo; la proximidad de agua, todo esto le susurra que va por buen camino. Cuando los susurros convergen en un coro de pistas, es solo cuestión de hacer un alto en el camino y mirar de cerca.

Él ha pulido esta habilidad casi mística durante una carrera que ha invertido en seguir el rastro de los fríjoles silvestres. Hurgando en los matorrales de 14 países en las Américas, y generalmente usando su gorra característica cian y magenta, ha descubierto 15 nuevas especies y depositado 3.270 nuevas muestras en el banco de germoplasma del CIAT.

Estas y otras en la sólida colección de fríjol del CIAT que asciende a casi 38.000 accesiones – la mayor colección del mundo – son compartidas gratuitamente con científicos en todo el planeta bajo los términos del Tratado Internacional sobre Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura (TIRFGAA) de las Naciones Unidas.

El CIAT y sus socios ya han encontrado plantas que son tolerantes a plagas, enfermedades, sequía y calor, y con niveles superiores de minerales importantes como hierro y zinc. Estas variedades han sido usadas en programas de fitomejoramiento para desarrollar fríjoles más vigorosos y nutritivos que millones de personas siembran actualmente en África y América Latina. Es probable que hayan más descubrimientos: todavía están por descubrirse los secretos de una quinta parte de los fríjoles en la colección del CIAT. La iniciativa del CIAT Semillas del Futuro espera poder avanzar con estos análisis.

De vuelta sobre el rastro del tesoro cerca de Ollantaytambo, nuestra suerte continúa.

Nos detenemos a un costado polvoriento del camino en donde las señales de fríjol atrajeron a Daniel hace casi 30 años. Y después de explorar un poco, allí está el fríjol silvestre número dos (G40711; otro P. augusti), enterrado en otra maraña vegetal pero sano y salvo. La proximidad a las impresionantes ruinas incas del pueblo parece ser su salvadora: las regulaciones de ordenamiento territorial evitan que se construya demasiado cerca del sitio histórico.

Este nicho, concluye, también es estable.

Pero más hacia abajo, en la población de Puente Achaco, las cosas no se ven tan color de rosa para el último fríjol en nuestra lista – y al que realmente queríamos encontrar: el fríjol común silvestre.

El trabajo para dragar el río Limatambo había destruido el sitio de la colecta original.

Daniel parece perturbado.

Una vez más, procuro seguirle el paso a medida que va de acá para allá en un largo tramo del camino, hurgando entre los arbustos y mirando fijamente más marañas de malezas, de vez en cuando casi olfateando el viento en busca de fríjoles.

Ruego porque sus poderes mágicos den con el rastro.

Busca…

Y busca…
Y busca más…
Luego, unos cuantos cientos de metros río abajo, los mosquitos jején empiezan a picar: estamos cerca.

Cruzamos un puente hacia un área que, en testimonio inquietantemente literal a la canción de Joni, había sido convertida realmente en un parqueadero. Y allí está: una planta solitaria de fríjol común (G23454) abrazando el pedregoso perímetro.

Daniel está encantado.

Descubre más plantas en un rastro cercano. Algunas de las vainas muestran señales de daño por causa de los pájaros, parecieran evidenciar lo que los primeros recolectores-cazadores podrían haber presenciado. Daniel abre una y se ven las pequeñas, brillantes semillas con patrones característicos.

Él no puede decir los secretos que podrían contener – este es uno de los fríjoles que todavía falta por analizar. Pero alguna clase de resistencia a enfermedades es una posibilidad: sobrevivir el ataque constante durante unos cuantos millones de años es bastante significativo para ser simplemente suerte. Por lo menos, las semillas de este frágil nicho son conservadas de forma segura, gracias a los esfuerzos de Daniel y el INIA de hace 30 años.

Entretanto nos empapamos de repelente, le pregunto cómo puede estar tan seguro de que estos fríjoles son realmente silvestres y no simples fugitivos de fincas aledañas. Aparte de las pistas visibles como el tamaño de la semilla, se trata en últimas de los polimorfismos, responde. Estas son mutaciones en el ADN del fríjol, como una autobiografía genética. Estas mutaciones permiten a los genetistas hacer una lectura, como un libro, de los recorridos y las dificultades en la larga travesía de un fríjol.

Fascinado brevemente por el enorme volumen de historia contenido en la diminuta semilla en la palma de su mano, le hago una pregunta retórica:

“¿La podemos llevar con nosotros?”

“No; se queda aquí”, contesta, arrojando el fríjol de vuelta al matorral.

Para colectar semillas, se necesita un permiso oficial para cada viaje. Y por una buena razón: el Tratado de Recursos Fitogenéticos de las Naciones Unidas reconoce que las plantas silvestres son de propiedad intelectual de un país, y que existe un riesgo de biopiratería. Los permisos son un requerimiento con el cual Daniel siempre ha cumplido de manera dogmática.

Pero tras haber pasado con él un par de días, también supe que su gesto indicaba algo mucho más profundo: la idea de que se debe dejar que este fríjol silvestre continúe su viaje evolutivo, en la dirección que sea.

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El trabajo de Daniel Debouck y su equipo en el Programa de Recursos Genéticos del CIAT, que tiene a cargo el banco de germoplasma de la organización, ha sido posible gracias a la financiación de la Agencia Belga de Cooperación para el Desarrollo (AGCD); el Ministerio Alemán para el Desarrollo Económico y la Cooperación (BMZ); la Unión Europea; el Crop Trust; el Consejo Internacional de Recursos Fitogenéticos; la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN); Swissaid; la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID); el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA); y el Banco Mundial.

Adicionalmente, Daniel desea agradecer personalmente a sus colegas del INIA, por todos los años de apoyo y amistad, y sus importantes contribuciones a la conservación y el estudio de los fríjoles silvestres en Perú. Específicamente, al herbario en la Universidad Nacional de San Marcos en Lima; el herbario en la Universidad Nacional Agraria La Molina en Lima y el Herbario Vargas en Cusco.

* Se cree que P. vulgaris ha sido domesticado dos veces; primero en Perú, con un “evento de domesticación” separado en México unos cuantos miles de años después.

Los códigos G40725, G40771 y G23454 son números de accesiones de los fríjoles en el banco de germoplasma del CIAT. También están identificados respectivamente como poblaciones #2312, #2313 y #2580.

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Todas las fotos fueron tomadas por Neil Palmer, excepto la foto de Daniel Debouck en la década de los ochenta, que fue tomada por Joe Tohme del CIAT.

Muchas gracias al Crop Trust por sus aportes a este texto.

Este artículo fue publicado originalmente en el blog del CIAT en inglés, y traducido al español por Victoria Rengifo, CIAT.

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Llamado a la acción

1. Analizar el resto de los fríjoles en el banco de germoplasma del CIAT para identificar características que podrían ser usadas por los fitomejoradores para producir variedades de fríjol más resilientes y nutritivas.

2. Invertir en Semillas del Futuro – el nuevo banco de germoplasma del CIAT. El CIAT tiene planeado construir un nuevo banco de germoplasma con tecnología de punta para ayudar a mejorar los esfuerzos de conservación y fitomejoramiento relacionados con tres cultivos de vital importancia: fríjol, yuca y forrajes tropicales. Las nuevas instalaciones ayudarán a los científicos del CIAT y de todo el mundo a acelerar los esfuerzos para desarrollar cultivos que sean resilientes a los efectos del cambio climático, más nutritivos y que puedan formar la piedra angular de la agricultura sostenible. Entérate cómo involucrarte siguiendo este enlace: https://ciat.cgiar.org/future-seeds/

3. Financiar más expediciones para colectas de fríjoles silvestres en América Latina, en particular aquellas variedades que se encuentran en hábitats amenazados que podrían enfrentar la extinción. Estos hábitats podrían incluir las áreas cercanas a las ciudades en rápida expansión; en donde se planea expandir la infraestructura vial; zonas forestales que podrían convertirse en zonas agrícolas; y áreas costeras del Pacífico centroamericano.